Empecé en este mundo de la educación canina cuando tuve a mi primer dogo argentino: Max. Desde un inicio quise darle lo mejor y entrenarlo para que sea “el perro perfecto”… y conforme me capacitaba, informaba y ganaba experiencia, me di cuenta que “el perro perfecto” no existe, que cada perro es un mundo, con sus propios gustos, predisposiciones, impulsos, fortalezas y debilidades… y que más que “entrenamiento”, los perros necesitan educación. Una educación empática, amable y actualizada, sin ocasionar daños físicos ni emocionales, y usando técnicas no aversivas.

Mientras más nos empecinamos en querer que nuestro perro sea el estereotipo de perro “obediente” que siempre nos hicieron anhelar en las series de televisión y películas, más frustrados vamos a terminar. ¿Por qué? Porque enfocarse solo en la conducta problemática es solo tomar en cuenta la punta del iceberg.

Detrás de una conducta hay muchos factores a tomar en cuenta: entorno, nivel de estrés, rutina diaria, necesidades insatisfechas, genética, vínculo con su tutor/a, experiencias y aprendizajes previos, estado emocional… etc.